31.10.07

Piedras en los bolsillos

Teresa sabía que su matrimonio hacía aguas. Los momentos mágicos de silencio compartido se habían convertido en grandes losas silenciosas que pesaban sobre sus espaldas. Él se escondía tras el periódico. Ella bajo un simulado interés por cualquier programa de televisión. Habían pasado maravillosos años juntos, pero sin lugar a dudas, hace tiempo que quedaron atrás.

Quizá fue cuando Pedro empezó a quedarse hasta tarde en la oficina, escudándose en la patética excusa del trabajo atrasado. Horas extras de soledad para Teresa, que cada vez dudaba más de la sinceridad de su marido. Angustiada y ahogada en el bucle de sus pensamientos, llegó al pleno convencimiento de que había otra mujer. Y bajo "el fin justifica los medios" de los celos, Teresa empezó a buscar evidencias de su infidelidad por todas partes. No encontró nada sospechoso en su móvil, ni en su agenda, ni en ninguno de sus cajones. Ni siquiera una nota entre sus libros. Ni una foto.

Una noche, mientras Pedro se duchaba, Teresa metió la mano en los bolsillos de su americana. En el derecho encontró una piedra. Perpleja, la mantuvo en su mano unos segundos, intentando sin éxito encontrar algún sentido a tal hallazgo.


Las semanas pasaban y Pedro seguía llegando tarde a casa. Teresa estaba convencida de la existencia de esa otra mujer, a pesar de no tener ninguna prueba. Seguía registrando su chaqueta y cada vez encontraba en ella otra piedra. Cada vez una diferente.

Una tarde, después de una llamada de Pedro comunicando que se quedaba a trabajar, Teresa decidió espiarlo. Lo esperó simulando mirar un escaparate a varios metros de su oficina, los suficientes para no ser vista. Teresa inspeccionaba cada mujer que por allí pasaba, pensando que quizá cualquiera de ellas podría ser la amante. Pedro salió puntual. Solo. Nadie se acercó a esperarlo.

Subió al tren de cercanías, como era habitual en su trayecto, pero no bajó en la estación que quedaba cerca de casa. Teresa se sentía desbocada, se debatía entre la extraña emoción de encontrar in fraganti a su marido y la rabia de la mujer traicionada . Notaba palpitar a toda prisa su corazón. Era francamente excitante la sensación de riesgo por ser descubierta, a sólo unos metros de Pedro. Se le pasaban tantas cosas por la cabeza… Y esas piedras. ¿Qué querían decir? ¿De dónde diablos salían?

Tan concentrada estaba en sus dudas, que casi no se dio cuenta de que él bajaba del tren. Estaban en un pueblecito donde Pedro había veraneado durante años, antes de conocerla. Se dirigió decidido hacia la playa. Ella se quedó quieta, contemplando cómo Pedro llegaba ante el mar, se sacaba algo del bolsillo de la chaqueta y lo lanzaba al agua. Después, se sentó en la arena. Una arena gruesa, aderezada con hermosas piedras. Y permaneció así, solo y quieto durante largo rato. Teresa no podía creer que ése fuera El Secreto. Su marido simplemente pasaba alguna tarde contemplando el mar… Volvió hacia la estación y subió en el primer tren que la llevaba a casa.

Esa noche, cuando Pedro regresó, Teresa lo abrazó muy fuerte. Se sentía inmensamente aliviada. No había ninguna otra mujer.

Pedro se sorprendió ante el recibimiento de su habitualmente gélida esposa. Encontró en ese abrazo cierto consuelo. Se sentía tremendamente triste. Hacía ya algún tiempo que no lograba dejar de pensar en Alba, su primer y gran amor. Desde que un viejo amigo le había comunicado su muerte, ella se había instalado obsesivamente en su cabeza. Nunca entendió por qué la dejó escapar. Y ahora, de repente, sentía que nunca la había dejado de amar. Por eso, algunas tardes, se escapaba a aquella playa en la que tantas veces hicieron el amor, donde hablaron, rieron, donde pasaron momentos de los que no se olvidan. Allí le encontraba el anochecer, mientras él buscaba el alba. Se llevaba cada vez una piedra de aquella playa que le recordaba a ella, para sentirla cerca, para llevarla encima.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdad es que ayer descubrí tu blog, y lo vengo leyendo ordenadamente. No comprendí que me dijeses que te daba más por lo dramático porque no había un solo drama en lo leído. Hoy he llegado un poco más allá... hasta aquí. Hay guiños entre tus letras que me hacen pensar que tienes capacidad de sonreir incluso en los "malos momentos". Francamente, da gusto leerte. Y como te has mostrado hospitalaria, seguiré haciéndolo.

Nutopia dijo...

Uy, pues gracias. Bueno, lo de sonreir en los malos momentos, no sé yo... jajajaja. Soy muy drástica, como si el mundo se tuviera que acabar. Eso sí, cinco minutos después ya le busco el lado positivo. Que no hay mal que por bien no venga.

Hospitalaria? Si no te he ofrecido ni un café, ni una cervecita!! Bueno, si quieres algo, sírvete tú mismo. Seguro que encuentras la nevera ;)

Anónimo dijo...

Jajaja, ya se te ve un punto drástico, aunque en esos cinco minutos no te debes poner a escribir relatos, de modo que... hay que leerlo entre líneas.

Hospitalaria, sí, porque has contestado a cada comentario y porque has hecho caso omiso a mi amenaza de seguir leyéndote.

Gracias, he encontrado el tequila y me sirvo una copita. ¿Te pongo a ti una? ;)

Nutopia dijo...

Aún quedaba?? Creía haber arrasado con él... Anda, echa un poquito, que hace frio.

Anónimo dijo...

\_/ uno... \_/ y dos.... ¿Brindamos? Por ti, naturalmente.

Dani Serrano dijo...

bingo! desde el lado oscuro de mi yo...
allí soy, aquí, soy el otro nuna, me reservo el comentario para mantener el "economato"...