31.10.07

Innumerable

Dicen que el primero nunca se olvida. Desde luego, yo no podría hacerlo. A pesar de mi extrema juventud, saboreé ese nuevo e inexplorado placer como un peregrino sediento. Exhuberante de fantasia, con la magia de la primera vez, generó en mí una cantidad de emociones contrapuestas y desconocidas. Cuando empiezas, es ya totalmente imposible parar. No podía dejar de hacerlo.

El segundo seguía inmerso en ese mundo aún inocente, mezclado con la dulzura. Quizá por eso lo degusté con mucha más calma y menos impaciencia.

El número tres llegó a mí de una forma inesperada, por casualidad. Seguramente no era lo apropiado para mi edad, pero precisamente por eso aún me causó mayor conmoción. No podía apartarme de él, necesitaba sentir sus palabras sonando una y otra vez en mi cabeza. Empecé a experimentar esa sensación de satisfacción y pena cada vez que todo acababa, para dar paso a otro. Porque tenía que haber otro.

Con el número cuatro experimenté cosas que jamás hubiera soñado. Me enseñó mucho más que los anteriores; imagino que a medida que maduras, aquello que vives también te afecta de diferente manera. A veces uno ve sólo lo que quiere, o lo que es capaz de ver. Y yo empezaba a tener capacidades extraordinarias.

El cinco, el seis, el siete…. Pasaron los años y dejé de contar. Es imposible llevar las cuentas, por mucho que a veces quisiera hacer una lista por el mero placer del cazador que enumera sus presas.

Pasados los treinta, el número carece de importancia. Ya no necesitas un inventario. Necesitas satisfacer tu ansia. Ya los has tenido de todo tipo: con los que te vas de vacaciones y siempre quedan en tu memoria junto aquél fantástico viaje; de los que no te apetece que nadie sepa que existen, pero que los disfrutas en secreto e incluso más que los otros; esos otros, los que puedes lucir por la calle viendo alguna que otra mirada furtiva de admiración; de los que acabas pasando a alguna amiga, aunque te pese, porque sabes que va a disfrutar como una loca y … qué demonios, para eso es tu amiga; de los que duran y duran, pero al final estás hartita de ellos y deseando que llegue el fín. De los que marcan tu vida, aunque no fueras consciente de ello en su momento. De los que te dejan una sonrisa boba en la cara…

Ahora he llegado a la conclusión de que soy una especie de toxicómana. Los necesito, como una droga. Y los consumo, ansiosa, feroz e insaciable. Intento dejar pasar un tiempo prudencial sin tocar uno. Pero cuando lo hago, es de la misma manera que una hambrienta devora un cochinillo con los dedos, llevándome el manjar a la boca desinhibidamente, con todo su jugo escurriéndose por la comisura de mis labios, por mis dedos, mientras me relamo y me los chupo para no perderme ni una sola gota de tal exquisitez. Puedo pasarme la noche sin dormir. Sólo existen dos cosas en el mundo. Mi libro y yo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sorprendente, hasta el último momento pensé que hablabas de picos, jajaja.

Nutopia dijo...

No... Me interesa más la lectura que la espeleología :P

Anónimo dijo...

Espeleología? Quise decir picos pardos ;)