31.10.07

El fútbol


Las nueve. Ya tenía la cena preparada, iba a quedar estupendamente gracias a un restaurante cercano a casa que preparaba comida para llevar. Aunque él ya sabía que la cocina no era mi fuerte, no quería quedar mal. Le dije entre risas “ven, que te haré una buena comidita”, pero eso no me obligaba a tener que currarme la cena…

Me temblaban las piernas. Esa noche sería la primera vez que lo vería en persona. Cuando conocí a Sergio en Internet, creí que era una chica. Su nick era Saeta Rubia. Me sorprendía continuamente con sus comentarios agradables en mi blog. Así fueron pasando los días, hasta que después de llamarle “guapa” reivindicó su condición masculina. Así que esa nueva amiga resultó ser amigo. No sabría decir en qué momento empezó a ser imprescincible en mi día a día, pero esos breves comentarios se convirtieron en largos mails y después en largas conversaciones telefónicas. Aunque su aspecto físico me parecía irrelevante, fue una grata sorpresa ver como en cada foto que me mandaba me parecía más y más atractivo. Me sorprendió que no fuera rubio… desde luego su nick era para jugar al despiste. Tardamos mucho en armarnos de valor y quedar para cenar, pero al fín y al cabo era una tentación difícil de resistir porque ambos vivíamos en la misma ciudad. Y ese momento había llegado.

Sóno el móvil. En la pantallita ponía Sergio. Mierda!!!! Se ha rajado, pensé. Pero Sergio estaba abajo y simplemente no recordaba el piso. Inspirar, expirar, inspirar, expirar… Ya subía por las escaleras. Mi cara de boba debía ser supina. Nos dimos dos tímidos besos y nos devoramos con la mirada entre rubores compartidos.

El magnífico vino que trajo ayudó a paliar nuestra timidez, y a cada sorbito íbamos reconociendo en el otro aquella personita con la que habíamos pasando tantos ratos, con la que habíamos soñado tantas veces. Es curioso cómo la vida te quita una y otra vez la razón. Cuántas veces había dicho que no creía en esos amores de Internet. Sergio y yo habíamos conectado a la perfección; cada cuál con sus manías, sus traumas, su lado freak. Pero a mí Sergio me parecía mucho más normal de lo que él admitía ser. Supongo que se tiende a exagerar, para que llegada la hora de la verdad no haya decepciones.

De la cena ni me acuerdo, sólo nos mirábamos fijamente…. Ni sé de qué hablábamos. Yo sólo deseaba acabar ese maldito plato preparado de nouvelle cousine. Tomamos el postre mientras mi pie descalzo acariciaba sus piernas, muslos arriba, con una sonrisa picantona y unas chispitas en los ojos que bien podrían haber incendiado mi nada ignífugo loft. Le ofrecí un bombón y se lo di de mis labios. En chocolate se fundió en milisegundos, con el calor intenso de dos lenguas que se encuentran por primera vez. Y en pocos segundos más estábamos devorándonos sin paciencia, sin timidez, sin ropa. Explorando cada cachito de nuestros cuerpos, haciendo las presentaciones oportunas. Yo me vanagloriaba de tener una boca hecha para el pecado, él de tener las manos más hábiles del planeta Tierra. Así que ese primer encuentro no pudo durar demasiado, nuestra excitación era extrema. Le pedí que me penetrara, quería sentirlo dentro, acercarme a ese estado de comunión absoluta entre cuerpo y alma, dejando de ser dos y sentirnos como sólo uno. Me susurró al oido “cielo, no aguanto más” mientras yo notaba que iba a echar a volar. Y cuando SÍ, llegó, SIIIIÍ, yo volaba sobre montañas… algo me hizo caer de golpe. Él gritaba GOOOOOOL mientras se corría. Odio el fútbol.

Al fín y al cabo siempre creí que lo de Internet no era buena idea.

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