31.10.07

El columpio


Me gustaba cerrar los ojos y notar el aire en mi cara, sentir ese pellizquito en el estómago mientras creía que volaba. Inmersa en mi sueño despierto, en mi inconsciente consciente, me aislaba del mundo y sólo en algunos momentos percibía cachitos de realidad. Era un regreso sereno, lento, para no sumergirme de repente en la crudeza existente, en la vida real. Para dejar de sentirme liviana, etérea y poderosa sin caer en una tristeza profunda. Como cuando te despiertas de un maravilloso sueño y descubres que no era real.

Las voces volvieron paulatinamente a mi cabeza. Eran distintas. Una gran orquesta anarquista de niños interpretaba una pieza contemporánea, grito por aquí, grito por allá… Risas de fondo, golpes rítmicos de algún niño aporreando algo… La luz era también diferente. Mucho más real, menos cegadora. Abrí los ojos. Estaba al aire libre… y eso me sorprendió. Intenté pensar por qué, pero mi mente estaba vacía. Solía ocurrirme después de esas inmersiones oníricas. Pero no recordaba qué hacía allí. Estaba en un parque. Me resultaba familiar… Miré hacia abajo y no vi mis largas piernas enfundadas en el maillot. Llevaba una faldita corta, calcetines largos, rodillas rascadas. Mis piernas eran pequeñas. Me miré una mano mientras me sostenía con la otra al columpio. No dejaba de balancearme. Mi mano era la de una niña. Miré al lado, había alguien columpiándose a mi derecha. Era Sara!!! Mi mejor amiga, mi inseparable compañera de juegos. Qué alegría!!! Hacía años que no la veía; me dijeron que sus travesuras ya habían ascendido de nivel y estaba metida en el sórdido mundo de la heroína. No podía ser, jamás quise creerlo. Y ahí estaba, dulce, angelical, inocente, con todos sus rizos de fuego volando libremente. Nos miramos y nos sonreímos.

Cielos, ya recuerdo el parque!!! Es el que abrieron nuevo, junto a las casas del final de la calle. Sara y yo pasábamos allí horas y horas. Jugábamos a mil cosas, pero nuestro lugar favorito era ese, ese que nos permitía volar a las dos juntas, a veces dándonos la mano. Los columpios.

Pero…. No puede ser. ¿Qué hago yo aquí? Hago un esfuerzo más, debo regresar del todo. Mis compañeros de profesión siempre me han dicho que deje de soñar mientras trabajo, que no es bueno entrar en tal estado de nirvana. Se requiere concentración, no abstracción. A mí siempre me había funcionado de maravilla, ¿por qué cambiarlo? Ahora empezaba a dudar. Quizá tengan razón. Esta vez me está costando ubicarme.

Y de repente lo veo todo claro… La luz cegadora no es el sol, son focos. Los gritos no son niños jugando, es el público. La música, mágica y zalamera, lo envuelve todo. Yo vuelo, vuelo, vuelo. La música cesa repentinamente, la luz se apaga. No oigo gritos. No vuelo. La carpa blanca del circo gira y gira a mi alrededor.

Sara me tiende la mano. Yo sonrio. Le acerco la mía y me ayuda a levantarme, me quiero ir con ella al parque.

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