31.10.07

El instrumento



Me sentía extraño en aquél lugar, en aquellas calles tristes y mojadas. Aunque me había criado allí, no me embargaba ningún tipo de nostalgia. A pesar de los veinte años que llevaba ausente. Hoy era otro día lluvioso, como todos los malditos días en este maldito pueblo. Y todos tenían en su rostro esa tristeza perenne, esa borrasca en los ojos que tantas veces había visto en mi padre. Había dejado de verle por una temporada que duró veinte años. Ahora duraría para siempre.

Un reducido número de conocidos desconocidos me dio el pésame con cierta indiferencia. O quizá la indiferencia la llevaba yo de serie. O quizá era ese lugar, que me incomodaba hasta el punto de hacerme contar cuánto rato sería necesario permanecer allí. Afortunadamente no fue mucho.

Me dirigí hacia la casa. A ella sólo me unía el amor que recibí de mi madre, las tardes en las que con ella tocaba el piano. Aquél piano viejo y desafinado de mi abuelo que vivía en el desván, porque mi padre no quería ni verlo. Un ratito, sólo un pequeño rato podía permitirme acariciar las teclas. Debía dejar de hacerlo antes de que llegara mi padre. No entendí nunca ese odio a la música. No entendí nunca su desprecio a mi vocación. Pero entendí que debía marcharme de allí y dejarlo con su amargura, antes de que se apoderara también de mí. Así que me fui, para dejar atrás la suya y conseguir la mía propia.

Todo estaba igual que en mis recuerdos. La radio antigua, las cortinillas hechas por mamá, aquella jaula vacía donde un día debió haber un pájaro que jamás conocí, aquella vieja granada Laffite sobre la chimenea, el brazo ortopédico que papá nuca quiso ponerse. Subí al desván, para ver una vez más el piano. Sin tocarlo pude oir en mi mente su sonido, pude ver con claridad a mi madre, casi pude sentir su olor a lavanda. Con un nudo en el alma me di media vuelta. Quería huir de nuevo. Bajé a toda prisa las ruidosas escaleras de madera. En el pasillo, me quedé parado ante la puerta del dormitorio de papá. No sé por qué lo hice, pero entré. Y allí, bajo la cama, me sorprendió ver asomando una caja. Jamás la había visto. La puse sobre la cama. La abrí. Bajo un montón de partituras se escondía un viejo violín. Lloré. Hacía veinte años que no lo hacía.

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