2.3.08

OBSESIÓN

La primera vez que la vi fue de lejos. Y aún así me cautivó. Pude sentir esa energía que la rodeaba, un magnetismo especial que no emana cualquiera. Ella ni me vio.

Fue una sorpresa verla a la mañana siguiente, y a la otra. Coincidíamos en nuestro trayecto diario. Pasó de alegrarme ese pequeño momento del día a ocupar mi mente deseando que esos fugaces minutos llegaran.

La línea que separa el amor de la obsesión es tremendamente delgada. No podía dejar de pensar en ella. En nuestro próximo encuentro. En cómo llamar su atención. Tampoco quería que pensara que soy un gilipollas más, como todos los otros que se cruza por la calle y que incluso propasan los límites de lo cortés. Quería que supiera que para mí era especial, mucho más que una simple atracción. Y debía conseguirlo a pesar de que jamás nos cruzábamos a solas. Ninguno de los dos era libre para actuar como quería. Ese cabrón que la acompañaba la tenía atada bien corto. A ella se la notaba sumisa, aunque no por ello infeliz. Pensé mil veces que quizá no valía la pena entrometerme en su vida. Pero no podía imaginar la mía sin ella. Perdí el apetito, cosa rara en mí... Creí enfermar.

A veces nos cruzábamos en otro punto de la calle, de manera que podíamos estar un poco más cerca. Una vez pude sentir su olor. Eso me dejó tremendamente perturbado y excitado durante días. Aprovechaba ese pequeño instante para mirarla profundamente, todo lo intensamente que podía. Empecé a notar que ella se mostraba receptiva y soñaba con la idea de que también pasara los días deseando que llegara nuestro breve encuentro.

Un día me sentí al borde de la locura y busqué la manera de escaparme para buscarla. Pasé horas deambulando. Necesitaba verla a solas. Si era necesiario la seguiría. Estudiaría sus movimientos.

Pero fue el peor error que pude cometer. El hijo de puta que iba con ella no permitía que me acercara ni un palmo más de lo necesario. Y jamás iba sola. Aún así, me quedé paralizado ante ella. Fue un acto bastante absurdo, pero mi capacidad de raciocinio estaba bastante perjudicada. Ella negó con su mirada, con todo su ser. Él me apartó sin ningún reparo, con una violencia típica de este tipo de machitos. Qué injusta es la vida.

Regresé a casa con el rabo entre las piernas. Tal y como esperaba, me cayó una bronca de las gordas. La parienta no se anda con rodeos. Cuando la cagas, Cruela de Ville parece una magnánima hermanita de la caridad comparada con ella.

Suspiré lánguidamente y me fui a la cama sin cenar. Qué dura es la vida de perro…







8 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja! Perra vida!

el_iluso_careta dijo...

excelente!!!
odio la verificación de palabra...

Nutopia dijo...

Es que es odiosa...

Anónimo dijo...

Es muy cierto que la línea que separa el amor de la obsesión es muy fina.
Y lo digo moviéndote la cola.

Nutopia dijo...

Jajajajajjajajaa, calla, calla, que tengo una imaginación enferma y superdesarrollada!!!!

Anónimo dijo...

Dije cola, no rabo jejeje ;)
¡Lástima que no puedo poner la carita esa con el halo encima!

¡Coxina!

Luis dijo...

Simplemente genial...

Nutopia dijo...

Gracias, Luis Manuel :)